domingo, 22 de febrero de 2009

gatos en la casa

quizás haya sido la luz del sol metida en la casa a través del ventanuco bajo y pequeño, o quizás el olor del hígado crudo, cortado en extraños poliedros que sólo mi abuela sabía fabricar con la cuchilla grande y, que, desde su textura ventosa, se pegaban al piso de baldosas calcáreas con un chasquido que atraía de inmediato a los gatos, mucho más que las voces que ella, mientras desarrollaba la acción, daba, llamándolos. quizás haya sido eso. o quizá no.

miércoles, 18 de febrero de 2009

la medalla de aniversario

no tenía la edad suficiente para una hallazgo de tal magnitud, aunque quizá nunca la tuviera en el futuro, de todos modos sus manos; sí, eran sus manos, arrancaron del olvido de la tierra, y ni siquiera un arqueólogo mudo lo hubiera hecho mejor, una medalla que recordaba los cincuenta años de una fraternidad, grande, gruesa, de bronce, oscura y en las manos del arqueólogo mudo sin los años suficientes para comprender su propio asombro, lo mejor de la historia era saber que nunca tendría la edad suficiente, porque también sabía que aunque, con esmero, guaradara la medalla, grande, gruesa, oscura, de bronce, se le volvería a perder.

dicho y hecho.

milita molina : los gritos de Evita por la radio opacaron mi nacimiento


En una entrevista reciente Milita Molina (Santa Fe, 1951) se presentó con un libro del francés Patrick Ourednik, El instante propicio, diciendo que le interesaba porque es de los pocos escritores contemporáneos que reflexiona sobre la escritura. De entrada, según la reportera Molina leyó un fragmento de ese libro:

"No evito tanto la escritura como la literatura. En la escritura está la verdad, en la literatura la mentira. El que escribe estudia sus entrañas y busca las palabras. La literatura es la manera de no tener que enfrentarse a la escritura, de propagar mentiras con impunidad."

Esta lectura le permite introducir un tema que desvela a la escritora. “Me preocupa que importe cada vez menos la escritura. Ahora todos persiguen el tema, por ejemplo alguien se separa de su mujer y escribe una novela sobre esa separación. Pero yo soy una escritora sin tema; no escribo novelas que se puedan contar por teléfono.

Más allá de la publicación reciente de su novela Melodías argentinas, exscusa para la entrevista de un medio de Buenos Aires, la santafesina llama la atención por otras cosas que van más allá de su presencia freak.

“Aunque mi editor había intentado que algunas de mis novelitas ‘funcionaran’, no lo había conseguido, y lo más que había logrado conmigo era tener un autor de los jocosamente llamados de ‘culto’ que no rendía dividendos. El me animaba a continuar, pero no por filantropía, sino como si mi fracaso le despertara un interés particular, como si mi fracaso también fuera su inversión.” (La muñequita de papá)


Volviendo a Ourednik, en estos días guía espiritual de Molina, el francés asegura que no hay nada que teman los escritores más que la escritura: “Las palabras les son tan indiferentes como un ladrillo a un albañil” (nótese la no tan velada referencia a Mallarmé).

Hace poco leí en un suplemento cultural --dice Molina-- un texto elogioso sobre la poesía de
ArnaldoCalveyra. De pronto se dice con asombro que Calveyra "saca las palabras de su sentido gastado". Tener que aclarar eso es redundante, ¿no? Pero también me pregunté por qué asombra eso hoy, cuando escribir es estar siempre desgastando las palabras, el sentido común; no purificando las palabras, sino escuchándolas en el sentido beckettiano. A mí me gusta detenerme en el lugar común y empezar a bromear. Es una tarea casi de basurólogo, de arqueólogo. Salvo Leónidas (Lamborghini) y algunos poetas, ya no se habla de la escritura.

“Nací el 22 de agosto de 1951. Era el día en que Eva Perón renunciaba a la vicepresidencia. Decía mi madre que los gritos de Evita por la radio opacaron mi nacimiento”. (La muñequita de papá)

La escritura lleva a perderse y no a encontrarse, eso lo sabe bien Leónidas Lamborghini. La escritura no lleva a ninguna identidad sino a una pérdida, en el pleno sentido de la palabra.

Hace poco estuve en Uruguay y escuché una palabra que en mi infancia mi madre me decía mucho: “aprontate”; no sé si acá en Buenos Aires se usaba porque yo soy santafesina. A mí me encanta recuperar esas palabras un tanto antiguas. No tengo la empresa de triturar y despedazar las palabras, estirarlas, deformarlas y cagarme de risa de eso. Y aunque ese no es mi estilo, no sé si en algún momento me va a ocurrir algo parecido. Marina Svetaieva decía que no importa en qué lengua no iba a ser comprendida, total no iba a ser comprendida en ninguna. No sé si voy a llegar a eso que decía Lamborghini, que se empieza a escribir para no ser comprendido por la familia, después por los amigos, y finalmente para que uno no se comprenda. El momento más lindo es ése.