miércoles, 24 de febrero de 2010

ÉPICA DEL INFIERNO Y LOS ROEDORES - tercera parte

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opacidad volúmenes y cuerpos — sin definición — no es posible una descripción detallada más allá del ahogado gruñido —la velada imagen de un mundo cuya fuerza es la desesperación del presentimiento — no hay lo abandonado — no hay lo perseguido — tránsito absoluto inevitable como las plumas que le crecen en el cuerpo a las aves o la inmodulada voz de un grito animal — una guía en medio de aquella manada



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manada y jauría tendrán que encontrarse en el ida y vuelta de la superficie al centro, del centro a la superficie — estampidas en ambas direcciones — el miedo que ocupa todos los cajones y se desbarranca — el miedo que los ata y empuja — nadie muere pero no se puede afirmar que alguien esté vivo en estas profundidades


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un vaho, un hálito cristaliza las paredes de barro — espejos de una realidad que no puede verse — el reflejo que está en el más allá permite ahora percibir el modo galopar del devenir — toboganes de cristal untados de una materia oleosa —


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asomar la cabeza en la superficie, en la boca barrosa del otro mundo, posee un color inexpugnable — todo lo que había sido erigido reposa en los subsuelos — no se ha derrumbado — la ciénaga abrió su bocaza — de la dañina luz enturbiadora brotó el hálito de cristal y fundó un gran espejo negro — deambulan ciegos los antiguos custodios — sus fauces ahora sin dientes — ya no los necesitan — ningún alimento


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ni aguas ni espacio aéreo — no más la superficie — no más la profundidad — no más el alto cielo — el temor y sólo el temor vive en el temor que se ha hecho temor y más temor, cada vez más temor — sin exclamaciones — la simple mudez de todas las cosas vivas e inertes — recluidos para siempre los sonidos que impregnaban la opacidad en cada pared y los liberaban luego en las profundísimas madrugadas para asombro de guardianes y desprevenidos — recluidos para siempre —


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se podría decir que sólo abajo — más abajo — muy abajo hay algún indicio — aunque no hay jadeos ni resplandores — sólo espejos negros de una materia confusa y dura — empellones — extremidades callosas que se hunden en la propia carne y manchan — viscosidades — y el sordo temblor de los canales oscuros — estallido


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roedores con escamas quiebran — no podría definirse especie alguna en el agresivo fulgor de sus presencias — maravilla de las profundidades — del centro del centro — hechos y contrahechos en un mismo cuerpo — uno y miles en la oscuridad y sin embargo la furia de sus dientes claramente dibujada en fuegos de colores sobre los retazos afilados de los quebrados espejos — la irrupción — el quebraderal — cristales y fuego y escamas y barro y sangre y reflejos y el animal uno y vario que se abalanza — los buscadores se funden en una sola masa con las paredes de los túneles — parece entablarse la vieja lucha entre quietud y movimiento


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forman capas sobre el barro — las fauces despedazan — no puede saberse si es una o multitud — al menos no así tejidos de manera tan convencional — hay dos formas inevitables de dibujar las puertas : escape y fuga — las crestas erizadas — un vaso de agua en este mismo momento puede ser un tobogán al cielo o al infierno — la música de un casco de naranja inútiles mapas para el monte cerrado : de una linterna, imprecisa luz — encontrarla — ay, encontrarla — radiante, allende los troncos y espinas — la fruta en el momento de ser calada por un cuchillo cuyo filo oxidado constituye una parodia sin escenario posible — y arrancan la piel y la ponen en las tapas del libro de la vida — la forma o el puro olfato — la vieja historia de acoplar instintos — y se los traga la oscuridad — y reposa sobre las sábanas una vibración


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una composición musical que en sí esconde de los extremos — la flor que cae y la que se abre — un cielo que no se puede sacudir del sólo estar en silencio — y sin embargo a punto de saltar sobre sus víctimas — la calle ha sido trazada bajo la sombra de una versión anterior — escalera que no posee puntos de apoyo — hierbas en el mortero — la savia que surge en el vientre de madera — la sangre que se queda en el cuerpo — nada puede decirse sobre un mundo que no les pertenece


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la máquina no es infalible — su torpeza es de un color agrio — pestilencia tiene el instante — su esencia está en las dentelladas — las fauces se cruzan unas sobre otras en una sola nota, altísima, chirriante, en el grito de quienes salen del barro y al barro vuelven — los roedores regresan — los ciegos con sus escamas — y su escarbar hacia el centro cesa — la ausencia todo lo cubre — el silencio le tapa cada uno de los sentidos — diente con diente — garra con garra — las esporas sí, la expansión


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y en el hueco donde se seca la sangre, el derrumbe de lo excavado — y en la superficie no más que una gelatina sin límite — la que se agita leve aún es atraída por otro astro de mayor poder —

ÉPICA DEL INFIERNO Y LOS ROEDORES - segunda parte

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no se han tejido lazos — una comprensible madeja de nudos en su peculiar manera de cerrarse o aún un dejarse estar en sus sitios asusta — la forma que encuentran de desdibujar puertas — como círculos concéntricos sobre un mar de ojos cerrados — de crestas y toboganes — con velocidad conciben y paren : aumentan el tamaño de su propio ejército de cuerpos escamosos — los más pequeños asoman sus garras chiquitas — las cerdas de su piel tan parecidas al galopar que se agiganta y brota desde el fondo — animales extraños los unos y los otros — sierpes que lo mueven todo


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buscan la incierta luz — ay, cómo buscar la fronda que habla — la fronda que no hay y plagada de voces — hay los ciegos — los pusilánimes que se han quedado sin infierno y sin futuro enterrados en la incierta luz — en la niebla venenosa — y la niebla abrasa los cuerpos de peltre que buscan la sordina de las voces — espléndidas se les aparecen y se borran en el mismo momento — flashes del miedo y calzan las botas de andar en silencio cayendo de un recipiente a otro y así sucesivamente — una sabana de mojones color peltre la mierda de los guardianes come troncos — de un recipiente a otro sin fricción alguna — sólo el fluir intermitente en el aire envenenado — el líquido que son se va enfriando más allá del límite de lo posible — el fluir se torna azul


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la vieja historia de acoplar instintos — ¿acaso es para extrañarse? — los simplísimos movimientos no quedan dibujados en ningún papel — ese es el secreto de lo perenne —¿cómo aplicar los secretos principios de la física donde caer es levantarse? — estos roedores que vienen no poseen el sentido de la vista — perciben las formas más allá de cualquier sonido que puedan emitir — puro olfato — puro oído — las mandíbulas ya sienten el ruidoso llamado de los huesos que yacen bajo las escamas — son una luz que muerde y en su galope los cuatro vientos sin reposo les dan ese hálito ese deseo imparable de matar


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en el centro exacto el planeta no gira — es un punto inmóvil — pero la luz es inhabitable y sabe amar cuando llega la hora y calienta y seca y derrite — la misma historia en el centro de todas las cosas — ígnea presencia — y nadie se pregunta de dónde viene la vibración — sólo las huestes que aumentan — las esporas que brotan y alimentan — una composición musical que en sí misma esconde los extremos


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y sin embargo hay un cielo que cada quien puede sacudir con sus propias manos — una sábana mortuoria — una mortaja simple como el silencio — un momento que queda encerrado en las imágenes de un pedazo de barro que nace y otro que comienza a abrirse cayendo al lodo — un diálogo permanente de balcón a balcón todos y cada uno sin baranda — todos saltando sobre el sueño de la salvación en el que fabrican seres que aún no nacen


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en el más allá del redoble de patas en estampida — más allá del fondo duro que continúa avanzando con los arañazos de la turba — in crescendo el sonoro ataque — se bifurca por primera vez — comienza a conformarse la estructura de racimo propia de hormigas y roedores — uvas amargas lo pueblan — están ahora trazadas las arterias de un nuevo mundo que no quiere detenerse — en cada uno de los topes — en el fondo de cada calle, la estampida también se multiplica — es un ejército que ahora deja oír sus chillidos — ya lo dijimos : como agujas de hielo lanzadas a una velocidad inaudita — la oscuridad se mantiene — pero la sombra ya no es amparo y el silencio ha rodado por las escaleras


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aún hay sangre en esas masas informes que se autoalimentan — los buscadores de amparo en las tinieblas no poseen herramientas ni armas — solo su voluntad de ir — con golpes secos — la esperanza y el miedo son una sola masa — intentar comprender es definitivamente vano — aunque en la oscuridad, igualmente se proyectan sombras sobre las paredes de los apretados túneles — ahora se asemejan peligrosamente a gallinas espantadas ante la presencia de una gran familia de comadrejas — el pequeño infierno terroso — mordeduras que comienzan a ser recordadas antes de ser recibidas — las sombras comprenden que es la sangre lo que buscan los desconocidos animales — construyen túneles falsos y allí entran en grupos pequeños a hundir sus propios dedos en los cuerpos — se ayudan unos a otros a derramar su propia sangre y luego tapian los túneles — pero advierten que nada detiene a los que vienen en su busca


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gruñidos y aleteos sin figura — nada pueden decir sobre un mundo que no les pertenece — todo lo animal no es puro instinto — hay una secuencia — un acercarse a las funciones primordiales — nadie les pide que corran pero la fatalidad les señala el sitio donde deberán caer extenuados —

ÉPICA DEL INFIERNO Y LOS ROEDORES - primera parte

1

pasadizo y bajo tierra están sin otra misión — aquellas flechas no vagan por el aire con su temblor de segura muerte — quietas ahora sobre la tierra que es el arriba o de pie en las paredes arrinconadas de los pasadizos — esperan al amo — quien blandiendo su espina suelte toda la furia — no me crean — todo esto es una vulgar mentira — los aires no hay aquí para nadie — en otro momento quizás — pero no ahora — cavernoso este sitio se las ingenia para aplastar toda intención de furia — yacen en racimos — las manos fláccidas a un lado y otro del cuerpo — no tiemblan ni se tensan — se dejan estar en una blandura malsana y opiácea — las voces de los primeros tiempos continúan rebotando sin fuerza en los corredores — hay barro y roedores que acaban de ser descubiertos — válgame dios si éste no es el infierno — alejada toda voluntad de crucifixión — invadidos los cuerpos por costras vivas que les dan sin paradoja alguna una capacidad de acción que jamás soñaron


2

escarban en la tierra helada — una potencia que desconocen mueve sus brazos — animales sin linaje buscando la salvación más abajo — las miradas incrustadas en la nada oscura que les presenta su propia acción salvaje — hienden — bajo la piel del rostro no se percibe alma ninguna — el cristal de sus ojos es impermeable a todo gesto — cada tanto alguno lleva a la boca un puñado de tierra — la sal y el agua que esconde esa masa que separan para llegar al fondo es una atracción prácticamente irresistible — van transformándose a medida que se entierran en los huecos que abren — enfrentarse a la oscuridad es un desafío más leve que lo real de esa luz mezquina que abandonan — luz al fin — sierpes — perderse es encontrarse en esta ciénaga cubierta de nieve a veces — de vegetación informe — el lodazal es la puerta de entrada — y sus corazones vibran ante la latente posibilidad de alejarse para siempre de lo más temido — una superficie hostil — una cavernosa posibilidad de encontrar el fuego — deberán atravesar ríos de corrientes más feroces que un hambriento enjambre de agujas de hielo


3

qué clases de engendros irán a su encuentro —


4

sueltan las esporas de los hongos — único alimento — en sus propios cuerpos costrosos de oscuridad nacen y es la noche


5

sólo los guardianes que en las bocas de entrada han quedado — los hombres y mujeres más feroces — sólo ellos se permiten la mezquina luz de la superficie — están armados con maquinarias habladoras — convincentes — ni musarañas — ni ratones — ni ratas — ni castores — ni marmotas — ni topos — ni liebres — ni conejos — ni comadrejas: mykuré kuéra — ningún roedor debe pasar las máquinas — sus cuerpos son molidos y consumidos por la voracidad de los guardias — los vagabundos del infierno de la luz mueren cerca de las bocas de entrada — sus miradas perplejas ante la imposibilidad — vencidos de antemano


6

arriba: niebla — abajo: hongos —


7

toda descripción es corroída de inmediato — deberías estar aquí para saber cómo es el mundo nuevo — el hombre ahora es definitivamente mediocre — la imaginación una máquina carcomida por la herrumbre — hollywood: qué extraña suena la palabra acción en la hundida opacidad del nuevo mundo — no hay quien escriba la imposible historia del imposible no lugar —


8

me traiciona lo que fuera — el yo narrador de nada no tiene ángulo — no hay posibilidad de constituirse en narrador sino desde la primera persona que es último engendro de una catástrofe para la cual aún existe la esperanza de caer un poco más —


9

magnetismos de otra índole ocupan el escaso espacio —


10

no hay lluvia posible sino barro en los pies — gangrena en ciernes —


11

ninguna posibilidad de carpintería — madriguera —


12

no hay diáspora sino aglomeración — lo profundo siempre puede ser más profundo — los detritos son devorados con la misma ansiedad con que las flores en la prehistoria se convertían en frutas jugosas —


13

huir de la niebla — de la nieve — de la tenue luz del arriba — volver al fuego — a sus entrañas: una obsesión sin palabras — el silencio rodea los deseos más profundos y los va moldeando — roen la tierra y son, créanme, mazacotes de una sustancia que ya no puede ser nombrada como carne y hueso — parecen máquinas de un metal similar a la arcilla — no puede haber colores —


14

ya no respiran más que barro — se hunden — se salvan


15

son su propio alimento y cada parte que les crece es devorada — las esporas han aprendido y conservan en su memoria una historia de amor tan vil y baja que podría compararse con la profundidad mutante en la que se mueven como reptiles — las extremidades son ahora sofisticadas excavadoras que también tienen movimientos nuevos — se hunden con facilidad aún en las napas más pétreas — el agua en estos casos es una molestia — impedimentos fortuitos que han aprendido a sortear con soltura de saltos equinos


16

en la superficie estrías fabulosas dictan sus textos mostrando la esencia: el mismo hueco de nada que da sentido al vaso y cada canal se llena de inmediato de la materia que le fue dada en el inicio — la transformación es también de los guardianes — agotada la famélica carne de los vivos que merodeaban ciegos en torno a las bocas del infierno han aprendido a hacer de la nieve y de la misma niebla venenosa su manjar predilecto — Las secas ramas de los vegetales que se mantuvieron en pie les sirven — yerma es la tierra que ahora rodea las bocas barrosas y sanguinolentas — la furia les ha crecido — de la mirada y las manos ha pasado a ocuparles las partes más recónditas del cuerpo — no son salvajes en el estricto sentido del término sino bolas de un fuego maligno y obtuso —


17

en los hilos que no se ven — que los mueven — se esconden brevísimas las sierpes de los secretos que inventan el cómo a cada empellón — no — no son pasos sino topetazos los movimientos de la nueva orientación — y no se dejan ver sino a través de las advertencias que sus cuerpos sin más nombre que el barro emiten en la plenitud de lo oscuro — todo lo simplifican — no trazan mapas — el futuro está más abajo y los invisibles hilos los mueven


18

el tremor de un galope apretujado — tembladeral es la tierra y tienen ahora, estos subterráneos, sordos ruidos — el sonido rompe la música esponjosa de los empellones — esa armonía — se forma una barrera — hay que luchar por el espacio