domingo, 19 de mayo de 2013

la lluvia

La lluvia es magnífica porque sí. Aún la lluvia ácida que se da en algunas ciudades  superpobladas, esa que al caer agujerea la tela impermeable y leve de los paraguas. Esa que si cae sobre la piel produce ampollas de colores. Aun esa lluvia es magnífica porque elimina lo que de impuro tiene el aire, lo limpia, cuaja la mugre y la precipita. Y cuando estás cerca de esa purificación también se purifican los pulmones y con los pulmones, como todos saben, se inicia la purificación del alma.



el planteo de Pérez

"Cuando las piezas de un tablero comienzan a mostrar lo que hay, se despeña un proceso de selección; el tablero-escenario funciona como un colador que puede hacer desaparecer de inmediato los elementos que se muestran inconsistentes y fijar en su escena los elementos que empoderan la sustancia, de eso se trata todo esto" dijo Pérez en uno de sus raptos de lucidez, que transcurrían entre porro y porro. Las palabras, aún hoy, a tantos años de ser pronunciadas, vuelven a mi cabeza y, repetidas una a una, no dejan de tener plena razón. Podría resumirse en: "las cosas caen por su propio peso", pero es mucho más interesante el planteo de Pérez. 

puro amor torrencial arrecia

y esto es puro amor torrencial y arrecia
y es puro
y es amor
y es torrencial
y arrecia

y como el tiempo
y como las rachas
y como la lluvia
infla las velas para que el derrotero se haga veloz  / se pierda bajo la altura de las olas, se pierda bajo la altura de los árboles de la selva, en esa humedad de mar y en esa humedad de hojas, se pierda al fin y arme sus rondas cristalinas / de gotas que salpican / de gotas que prendidas en las puntas de lo verde se quedan hasta morir como si fueran parte de estos esqueletos blandos / de estos esqueletos blandos / de estos esqueletos blandos 
y mueven todo el mar
y mueven toda la selva

y es puro          el amor            por la blandura
y es torrencial el amor por la capacidad furiosa de fulgurar en el aire por un instante a toda velocidad en un trazo recto y clavársenos en los cuerpos
y arrecia el amor y deja en la arena roja su marca / la de los picos de todos los pájaros que se han roto el cuello incrustados ahí

las historias del amor

y esto es un discurso, sí / es un discurso como no es el amor / es un discurso hecho con las prendas desnudas del cuerpo / con las cuerdas que se estiran que se tensan y que vibran que no música pero algo tan parecido / con el volumen fibroso de la pulpa de las frutas de las tunas / con el brillo azaroso que se recuesta y rebota y se dobla y se vuelve enceguecido para ver a los amantes

las historias del amor

pero el amor de los cuerpos tiene sus descansos / sus dormideras / sus despertares / sus modorras y es ahí en ese lugar donde podemos ver y tocar el árbol de la vida y el árbol de la sabiduría y el árbol de las frutas que imitan las texturas y las consistencias y se desangran / entonces / entonces los cuerpos adquieren una liviandad y una alegría
se vuelven leves / dejan de existir en el mundo material de los objetos pesados:
sí que vamos /
tropical ambiente / de paso liviano /
ligero y aéreo / sí que vamos / de palmera erguida / hierba aérea y brava / distracción pelada / de agua cristalina / sí que vamos / de la roca fresca / del salto en el aire / de la luz y el agua / sí que vamos / no hay la mugre y… / nadie nos delata / somos parte verde / bosques que se cierran / tapan nuestros pasos / borran la memoria / sí que vamos / para desnudarnos / en las hojas hondas / donde muelle y muelle / y muelle y muelle / y muelle y muelle / sí que vamos /

y en otros capítulos azules, marrones, púrpuras, naranjas, verdeagua / los colores ascienden en las redes
breves y dulces como una armónica /
como una aparición / como la sombra de un caballo que ascendiera en sueños / salen de un mar que golpea la roca / un beso en cada gota / de esas que se quedan en el aire / y brillan una eternidad / breve / sí / brevísima / la eternidad del agua que cae desde la alta roca / con su rumor / con sus peces / con sus redes / otra vez las redes que te atrapan / y se elevan en el aire y se dejan estar en el ensueño

pura música

quién dice que la música no es puro amor / en su quietud anodina y anestesiada / en su movimiento siempre cíclico como el del sexo / en sus bamboleos / en su furioso crepitar como de leña astillada / furiosa la música o queda / pero siempre sucumbe en los desprendimientos / en la trágica riada que arrastra incluso y a veces hasta los gritos /

y las cosas terminan de la misma manera como comienzan / la marca inicial / la que se ve con luces especiales / desde la luminosidad de una escama / esa transparencia que recorre la materias terrosas / las materias acuáticas / las materias aéreas y esa intangibilidad que es la pura realidad del fuego y en todas se adormece contenida, y en todas se agita desatada

las cosas en su fin son como en el comienzo

puro amor torrencial arrecia / con sus tormentas / con sus vientos / con sus vendavales / con sus brisas / con sus noches estrelladas / o llenas de nubes panzonas o estiradas / con sus briznas y lloviznas y es puro y es amor y es torrencial y arrecia y es puro y es amor y es torrencial y arrecia
puro
amor
torrencial
arrecia

ahora quiero que cierres los ojos


ahora quiero que cierres los ojos, que el silencio del campo y la noche, vengan a tu piel y la recorran, y que te acuerdes de la manta roja; acuérdate de las frutas, había un tórrido sol lleno de polvo, y la mordida común en la pulpa, esponjas colgadas de su ramas, después de una lluvia placentera, que es una y nuestra esa resina dulce, debieras recordarlo; acuérdate del viaje, el trasiego, el ómnibus, la mirada, sumergida en los sueños, el animal del aire y el animal de la noche, buscándose a tientas en el agua tibia; y acuérdate del hotel en penumbras, de las paredes rojas, de las calles ambarinas, enfermizas, y la búsqueda afanosa en el miedo; acuérdate de la llave hurtada y de los pasos en la montaña, el aleteo y las patas que acechan, sigilosa boca abierta, los pasos que van de a uno y lentos, como caen los árboles; acuérdate, alguna vez los vimos; acuérdate del tajamar y el casco de la estancia, el ykuá en el bajo de la selva y acuérdate que hay una canción, y otra, y aún otra, que nos envuelve como en el centro del huracán que se eleva y desarma; pero ¿por qué no acordarse también del primer abrazo y del último?; ahora quiero que abras los ojos, que me veas profundo, en el fondo del iris, que veas cómo tu cuerpo se cae adentro mío, y que me beses así, de ojos abiertos, con campanas flotando en sus vidrios rompiendo, que comienza violento en el golpe, del badajo azotando, las paredes metálicas, sueltas, que ilumina la tarde y presenta, una lluvia cerrada de flechas, volando curvilíneas, con un silbido opaco, que canta; y quiero que me beses, los ojos bien abiertos, mirarte, al fondo de los ojos y verme, cayendo dentro tuyo en la tarde, con flechas y animales y música y arrullos que en el aire descansan