sábado, 16 de julio de 2011
la superficie rota
miércoles, 13 de julio de 2011
la cruz y el cordero en el mapa
que los pájaros, que se refugian de la inclemencia luminosa, escondiéndose, bajo las ramas más pobladas de hojas, lo anuncien, como siempre, con ese plato enlozado, ordinario, de una vez por todas, que es el gorjeo matinal de los gorriones, cayendo sobre los techos sin ningún orden;
que se dibuja, tal como sucede en esos viejos mapas que servían para buscar tesoros que nadie jamás encontraba; una Cruz, un símbolo duradero, más duradero aún cuando sobre ella aparece —como recién hecho— un cordero, teñido de sangre;
que podría decirse que se trata de un cordero encarnado, eso que vemos,
y aún así no sería exacto, digamos entonces, y al fin, que se trata de un cordero, simplemente rojo-bermellón-colorado, algo así, de fábula;
que esa Cruz indica el punto de partida, porque el viaje que nos llevará, y este es el momento, y no das flores;
que de la sustancia de la luz de la mañana se fue hinchando su propia panza traslúcida hasta hacerse barriga abominable
ya sabes
las cosas que son, tienen siempre un inicio: dan flores;
un nacimiento, un punto de partida, un corporizarse, una clave de sol, una cierta magia, una costura, un añarakó[1]; sí, un canal
las cosas que son, tienen siempre un inicio: dan flores;
son engendradas, quitadas de una galera, caídas de la manga,
son
un deslizarse desde un adentro a otro adentro, y así, sucesivamente, hasta el mar último último primero[2];
no sé en qué adentro estamos ahora,
pero los puntos cardinales aquí son sólo tres, el Sur y el Norte. Se divisan además un Atrás y un Adelante, ¿adónde iré?
¿adónde ir con tanta luz; sin flores?;
no estás sentado en el mangal y no das flores
no marca el reloj las cinco y treinta de la mañana y no das flores
ya todo hace más de una hora y no das flores