viernes, 2 de julio de 2010
la superficie rota
sábado, 19 de junio de 2010
la muerte propia
jueves, 17 de junio de 2010
una trampa es una trampa
miércoles, 24 de febrero de 2010
ÉPICA DEL INFIERNO Y LOS ROEDORES - tercera parte
opacidad volúmenes y cuerpos — sin definición — no es posible una descripción detallada más allá del ahogado gruñido —la velada imagen de un mundo cuya fuerza es la desesperación del presentimiento — no hay lo abandonado — no hay lo perseguido — tránsito absoluto inevitable como las plumas que le crecen en el cuerpo a las aves o la inmodulada voz de un grito animal — una guía en medio de aquella manada
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manada y jauría tendrán que encontrarse en el ida y vuelta de la superficie al centro, del centro a la superficie — estampidas en ambas direcciones — el miedo que ocupa todos los cajones y se desbarranca — el miedo que los ata y empuja — nadie muere pero no se puede afirmar que alguien esté vivo en estas profundidades
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un vaho, un hálito cristaliza las paredes de barro — espejos de una realidad que no puede verse — el reflejo que está en el más allá permite ahora percibir el modo galopar del devenir — toboganes de cristal untados de una materia oleosa —
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asomar la cabeza en la superficie, en la boca barrosa del otro mundo, posee un color inexpugnable — todo lo que había sido erigido reposa en los subsuelos — no se ha derrumbado — la ciénaga abrió su bocaza — de la dañina luz enturbiadora brotó el hálito de cristal y fundó un gran espejo negro — deambulan ciegos los antiguos custodios — sus fauces ahora sin dientes — ya no los necesitan — ningún alimento
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ni aguas ni espacio aéreo — no más la superficie — no más la profundidad — no más el alto cielo — el temor y sólo el temor vive en el temor que se ha hecho temor y más temor, cada vez más temor — sin exclamaciones — la simple mudez de todas las cosas vivas e inertes — recluidos para siempre los sonidos que impregnaban la opacidad en cada pared y los liberaban luego en las profundísimas madrugadas para asombro de guardianes y desprevenidos — recluidos para siempre —
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se podría decir que sólo abajo — más abajo — muy abajo hay algún indicio — aunque no hay jadeos ni resplandores — sólo espejos negros de una materia confusa y dura — empellones — extremidades callosas que se hunden en la propia carne y manchan — viscosidades — y el sordo temblor de los canales oscuros — estallido
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roedores con escamas quiebran — no podría definirse especie alguna en el agresivo fulgor de sus presencias — maravilla de las profundidades — del centro del centro — hechos y contrahechos en un mismo cuerpo — uno y miles en la oscuridad y sin embargo la furia de sus dientes claramente dibujada en fuegos de colores sobre los retazos afilados de los quebrados espejos — la irrupción — el quebraderal — cristales y fuego y escamas y barro y sangre y reflejos y el animal uno y vario que se abalanza — los buscadores se funden en una sola masa con las paredes de los túneles — parece entablarse la vieja lucha entre quietud y movimiento
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forman capas sobre el barro — las fauces despedazan — no puede saberse si es una o multitud — al menos no así tejidos de manera tan convencional — hay dos formas inevitables de dibujar las puertas : escape y fuga — las crestas erizadas — un vaso de agua en este mismo momento puede ser un tobogán al cielo o al infierno — la música de un casco de naranja inútiles mapas para el monte cerrado : de una linterna, imprecisa luz — encontrarla — ay, encontrarla — radiante, allende los troncos y espinas — la fruta en el momento de ser calada por un cuchillo cuyo filo oxidado constituye una parodia sin escenario posible — y arrancan la piel y la ponen en las tapas del libro de la vida — la forma o el puro olfato — la vieja historia de acoplar instintos — y se los traga la oscuridad — y reposa sobre las sábanas una vibración
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una composición musical que en sí esconde de los extremos — la flor que cae y la que se abre — un cielo que no se puede sacudir del sólo estar en silencio — y sin embargo a punto de saltar sobre sus víctimas — la calle ha sido trazada bajo la sombra de una versión anterior — escalera que no posee puntos de apoyo — hierbas en el mortero — la savia que surge en el vientre de madera — la sangre que se queda en el cuerpo — nada puede decirse sobre un mundo que no les pertenece
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la máquina no es infalible — su torpeza es de un color agrio — pestilencia tiene el instante — su esencia está en las dentelladas — las fauces se cruzan unas sobre otras en una sola nota, altísima, chirriante, en el grito de quienes salen del barro y al barro vuelven — los roedores regresan — los ciegos con sus escamas — y su escarbar hacia el centro cesa — la ausencia todo lo cubre — el silencio le tapa cada uno de los sentidos — diente con diente — garra con garra — las esporas sí, la expansión
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y en el hueco donde se seca la sangre, el derrumbe de lo excavado — y en la superficie no más que una gelatina sin límite — la que se agita leve aún es atraída por otro astro de mayor poder —
ÉPICA DEL INFIERNO Y LOS ROEDORES - segunda parte
no se han tejido lazos — una comprensible madeja de nudos en su peculiar manera de cerrarse o aún un dejarse estar en sus sitios asusta — la forma que encuentran de desdibujar puertas — como círculos concéntricos sobre un mar de ojos cerrados — de crestas y toboganes — con velocidad conciben y paren : aumentan el tamaño de su propio ejército de cuerpos escamosos — los más pequeños asoman sus garras chiquitas — las cerdas de su piel tan parecidas al galopar que se agiganta y brota desde el fondo — animales extraños los unos y los otros — sierpes que lo mueven todo
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buscan la incierta luz — ay, cómo buscar la fronda que habla — la fronda que no hay y plagada de voces — hay los ciegos — los pusilánimes que se han quedado sin infierno y sin futuro enterrados en la incierta luz — en la niebla venenosa — y la niebla abrasa los cuerpos de peltre que buscan la sordina de las voces — espléndidas se les aparecen y se borran en el mismo momento — flashes del miedo y calzan las botas de andar en silencio cayendo de un recipiente a otro y así sucesivamente — una sabana de mojones color peltre la mierda de los guardianes come troncos — de un recipiente a otro sin fricción alguna — sólo el fluir intermitente en el aire envenenado — el líquido que son se va enfriando más allá del límite de lo posible — el fluir se torna azul
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la vieja historia de acoplar instintos — ¿acaso es para extrañarse? — los simplísimos movimientos no quedan dibujados en ningún papel — ese es el secreto de lo perenne —¿cómo aplicar los secretos principios de la física donde caer es levantarse? — estos roedores que vienen no poseen el sentido de la vista — perciben las formas más allá de cualquier sonido que puedan emitir — puro olfato — puro oído — las mandíbulas ya sienten el ruidoso llamado de los huesos que yacen bajo las escamas — son una luz que muerde y en su galope los cuatro vientos sin reposo les dan ese hálito ese deseo imparable de matar
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en el centro exacto el planeta no gira — es un punto inmóvil — pero la luz es inhabitable y sabe amar cuando llega la hora y calienta y seca y derrite — la misma historia en el centro de todas las cosas — ígnea presencia — y nadie se pregunta de dónde viene la vibración — sólo las huestes que aumentan — las esporas que brotan y alimentan — una composición musical que en sí misma esconde los extremos
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y sin embargo hay un cielo que cada quien puede sacudir con sus propias manos — una sábana mortuoria — una mortaja simple como el silencio — un momento que queda encerrado en las imágenes de un pedazo de barro que nace y otro que comienza a abrirse cayendo al lodo — un diálogo permanente de balcón a balcón todos y cada uno sin baranda — todos saltando sobre el sueño de la salvación en el que fabrican seres que aún no nacen
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en el más allá del redoble de patas en estampida — más allá del fondo duro que continúa avanzando con los arañazos de la turba — in crescendo el sonoro ataque — se bifurca por primera vez — comienza a conformarse la estructura de racimo propia de hormigas y roedores — uvas amargas lo pueblan — están ahora trazadas las arterias de un nuevo mundo que no quiere detenerse — en cada uno de los topes — en el fondo de cada calle, la estampida también se multiplica — es un ejército que ahora deja oír sus chillidos — ya lo dijimos : como agujas de hielo lanzadas a una velocidad inaudita — la oscuridad se mantiene — pero la sombra ya no es amparo y el silencio ha rodado por las escaleras
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aún hay sangre en esas masas informes que se autoalimentan — los buscadores de amparo en las tinieblas no poseen herramientas ni armas — solo su voluntad de ir — con golpes secos — la esperanza y el miedo son una sola masa — intentar comprender es definitivamente vano — aunque en la oscuridad, igualmente se proyectan sombras sobre las paredes de los apretados túneles — ahora se asemejan peligrosamente a gallinas espantadas ante la presencia de una gran familia de comadrejas — el pequeño infierno terroso — mordeduras que comienzan a ser recordadas antes de ser recibidas — las sombras comprenden que es la sangre lo que buscan los desconocidos animales — construyen túneles falsos y allí entran en grupos pequeños a hundir sus propios dedos en los cuerpos — se ayudan unos a otros a derramar su propia sangre y luego tapian los túneles — pero advierten que nada detiene a los que vienen en su busca
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gruñidos y aleteos sin figura — nada pueden decir sobre un mundo que no les pertenece — todo lo animal no es puro instinto — hay una secuencia — un acercarse a las funciones primordiales — nadie les pide que corran pero la fatalidad les señala el sitio donde deberán caer extenuados —
ÉPICA DEL INFIERNO Y LOS ROEDORES - primera parte
pasadizo y bajo tierra están sin otra misión — aquellas flechas no vagan por el aire con su temblor de segura muerte — quietas ahora sobre la tierra que es el arriba o de pie en las paredes arrinconadas de los pasadizos — esperan al amo — quien blandiendo su espina suelte toda la furia — no me crean — todo esto es una vulgar mentira — los aires no hay aquí para nadie — en otro momento quizás — pero no ahora — cavernoso este sitio se las ingenia para aplastar toda intención de furia — yacen en racimos — las manos fláccidas a un lado y otro del cuerpo — no tiemblan ni se tensan — se dejan estar en una blandura malsana y opiácea — las voces de los primeros tiempos continúan rebotando sin fuerza en los corredores — hay barro y roedores que acaban de ser descubiertos — válgame dios si éste no es el infierno — alejada toda voluntad de crucifixión — invadidos los cuerpos por costras vivas que les dan sin paradoja alguna una capacidad de acción que jamás soñaron
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escarban en la tierra helada — una potencia que desconocen mueve sus brazos — animales sin linaje buscando la salvación más abajo — las miradas incrustadas en la nada oscura que les presenta su propia acción salvaje — hienden — bajo la piel del rostro no se percibe alma ninguna — el cristal de sus ojos es impermeable a todo gesto — cada tanto alguno lleva a la boca un puñado de tierra — la sal y el agua que esconde esa masa que separan para llegar al fondo es una atracción prácticamente irresistible — van transformándose a medida que se entierran en los huecos que abren — enfrentarse a la oscuridad es un desafío más leve que lo real de esa luz mezquina que abandonan — luz al fin — sierpes — perderse es encontrarse en esta ciénaga cubierta de nieve a veces — de vegetación informe — el lodazal es la puerta de entrada — y sus corazones vibran ante la latente posibilidad de alejarse para siempre de lo más temido — una superficie hostil — una cavernosa posibilidad de encontrar el fuego — deberán atravesar ríos de corrientes más feroces que un hambriento enjambre de agujas de hielo
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qué clases de engendros irán a su encuentro —
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sueltan las esporas de los hongos — único alimento — en sus propios cuerpos costrosos de oscuridad nacen y es la noche
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sólo los guardianes que en las bocas de entrada han quedado — los hombres y mujeres más feroces — sólo ellos se permiten la mezquina luz de la superficie — están armados con maquinarias habladoras — convincentes — ni musarañas — ni ratones — ni ratas — ni castores — ni marmotas — ni topos — ni liebres — ni conejos — ni comadrejas: mykuré kuéra — ningún roedor debe pasar las máquinas — sus cuerpos son molidos y consumidos por la voracidad de los guardias — los vagabundos del infierno de la luz mueren cerca de las bocas de entrada — sus miradas perplejas ante la imposibilidad — vencidos de antemano
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arriba: niebla — abajo: hongos —
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toda descripción es corroída de inmediato — deberías estar aquí para saber cómo es el mundo nuevo — el hombre ahora es definitivamente mediocre — la imaginación una máquina carcomida por la herrumbre — hollywood: qué extraña suena la palabra acción en la hundida opacidad del nuevo mundo — no hay quien escriba la imposible historia del imposible no lugar —
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me traiciona lo que fuera — el yo narrador de nada no tiene ángulo — no hay posibilidad de constituirse en narrador sino desde la primera persona que es último engendro de una catástrofe para la cual aún existe la esperanza de caer un poco más —
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magnetismos de otra índole ocupan el escaso espacio —
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no hay lluvia posible sino barro en los pies — gangrena en ciernes —
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ninguna posibilidad de carpintería — madriguera —
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no hay diáspora sino aglomeración — lo profundo siempre puede ser más profundo — los detritos son devorados con la misma ansiedad con que las flores en la prehistoria se convertían en frutas jugosas —
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huir de la niebla — de la nieve — de la tenue luz del arriba — volver al fuego — a sus entrañas: una obsesión sin palabras — el silencio rodea los deseos más profundos y los va moldeando — roen la tierra y son, créanme, mazacotes de una sustancia que ya no puede ser nombrada como carne y hueso — parecen máquinas de un metal similar a la arcilla — no puede haber colores —
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ya no respiran más que barro — se hunden — se salvan
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son su propio alimento y cada parte que les crece es devorada — las esporas han aprendido y conservan en su memoria una historia de amor tan vil y baja que podría compararse con la profundidad mutante en la que se mueven como reptiles — las extremidades son ahora sofisticadas excavadoras que también tienen movimientos nuevos — se hunden con facilidad aún en las napas más pétreas — el agua en estos casos es una molestia — impedimentos fortuitos que han aprendido a sortear con soltura de saltos equinos
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en la superficie estrías fabulosas dictan sus textos mostrando la esencia: el mismo hueco de nada que da sentido al vaso y cada canal se llena de inmediato de la materia que le fue dada en el inicio — la transformación es también de los guardianes — agotada la famélica carne de los vivos que merodeaban ciegos en torno a las bocas del infierno han aprendido a hacer de la nieve y de la misma niebla venenosa su manjar predilecto — Las secas ramas de los vegetales que se mantuvieron en pie les sirven — yerma es la tierra que ahora rodea las bocas barrosas y sanguinolentas — la furia les ha crecido — de la mirada y las manos ha pasado a ocuparles las partes más recónditas del cuerpo — no son salvajes en el estricto sentido del término sino bolas de un fuego maligno y obtuso —
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en los hilos que no se ven — que los mueven — se esconden brevísimas las sierpes de los secretos que inventan el cómo a cada empellón — no — no son pasos sino topetazos los movimientos de la nueva orientación — y no se dejan ver sino a través de las advertencias que sus cuerpos sin más nombre que el barro emiten en la plenitud de lo oscuro — todo lo simplifican — no trazan mapas — el futuro está más abajo y los invisibles hilos los mueven
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el tremor de un galope apretujado — tembladeral es la tierra y tienen ahora, estos subterráneos, sordos ruidos — el sonido rompe la música esponjosa de los empellones — esa armonía — se forma una barrera — hay que luchar por el espacio