sábado, 19 de junio de 2010
la muerte propia
a las 10:38, unos 15 minutos después de haber muerto, ella aún sentía como fluía la sangre en muchos de los rincones de su cuerpo. no sabía muy bien que estaba pasando, qué está pasando en este momento en el que las células comienzan a a apagarse. pero la parte fisiológica no le parecía algo demasiado importante. ella esperaba por lo otro. quería saber qué cosas vendrían luego. hacia dónde derivaría el hecho de su propia muerte. ella es alicia y sabe perfectamente que ha muerto y espera los sucesos, está ansiosa por esa cosa que ella imagina como un desencadenamiento, un arrebato incontenible, una especie de avalancha, de piedra suelta en la ladera. alicia imagina que no debe de haber espectáculo más impresionante. esa ansiedad no es de ahora, la persiguió toda la vida. en el pasado, incluso cuando era una mujer joven, muy joven, imaginaba que los acontecimientos de la muerte abrirían un espacio en el cual las letras de una frase y otra frase y otra frase caerían formando nuevas palabras y nuevas frases en cada uno de los rebotes de esa caída. alicia no tuvo marido pero tenía un amigo que se escandalizaba al enterarse de esos pensamientos, le decía, a quién se le ocurre estar especulando acerca de la propia muerte. frases nuevas con las mismas letras de siempre, con la sonoridad de los mismísimos fonemas, ¿qué clase de muerte es esa? --en ese momento no necesitaré a nadie a mi lado --solía decir alicia, y completaba rematando con: --de eso estoy segura. a las 10:41, alicia pudo observar con toda claridad un animal que volaba no muy lejos de ella aunque lo sabía lejano y también sabía que nunca llegaría a posarse en el dorso de su mano, luego observó detenidamente las hojas en tumulto de dos arbustos que crecían a ambos lados de su cuerpo. clases de vuelo darle al vivo y al muerto en su lomo con golpes de lluvia que adormecen casi todo el terreno le dejan pintas rojas lo vuelven vaporoso se extrañan los graznidos no vuelvas no vuelvas. a las 10:57 el mundo ya no es mundo. hay dos caballos quietos en el silencio de una tarde invernal y sin mediar sonido se agitan y corren uno hacia el horizonte otro hacia ella y sube sobre sus hombros y la desprende del suelo y la agita en el aire como una fiera que la tuviera entre sus fauces y la golpea en los látigos del aire.
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1 comentario:
Está muy bueno, Jorge.
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