quizás haya sido la luz del sol metida en la casa a través del ventanuco bajo y pequeño, o quizás el olor del hígado crudo, cortado en extraños poliedros que sólo mi abuela sabía fabricar con la cuchilla grande y, que, desde su textura ventosa, se pegaban al piso de baldosas calcáreas con un chasquido que atraía de inmediato a los gatos, mucho más que las voces que ella, mientras desarrollaba la acción, daba, llamándolos. quizás haya sido eso. o quizá no.
domingo, 22 de febrero de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario