ahora quiero que cierres los
ojos, que el silencio del campo y la noche, vengan a tu piel y la recorran, y
que te acuerdes de la manta roja; acuérdate de las frutas, había un tórrido sol
lleno de polvo, y la mordida común en la pulpa, esponjas colgadas de su ramas,
después de una lluvia placentera, que es una y nuestra esa resina dulce, debieras
recordarlo; acuérdate del viaje, el trasiego, el ómnibus, la mirada, sumergida
en los sueños, el animal del aire y el animal de la noche, buscándose a tientas
en el agua tibia; y acuérdate del hotel en penumbras, de las paredes rojas, de
las calles ambarinas, enfermizas, y la búsqueda afanosa en el miedo; acuérdate de
la llave hurtada y de los pasos en la montaña, el aleteo y las patas que
acechan, sigilosa boca abierta, los pasos que van de a uno y lentos, como caen
los árboles; acuérdate, alguna vez los vimos; acuérdate del tajamar y el casco
de la estancia, el ykuá en el bajo de la selva y acuérdate que hay una canción,
y otra, y aún otra, que nos envuelve como en el centro del huracán que se eleva
y desarma; pero ¿por qué no acordarse también del primer abrazo y del último?;
ahora quiero que abras los ojos, que me veas profundo, en el fondo del iris,
que veas cómo tu cuerpo se cae adentro mío, y que me beses así, de ojos
abiertos, con campanas flotando en sus vidrios rompiendo, que comienza violento
en el golpe, del badajo azotando, las paredes metálicas, sueltas, que ilumina
la tarde y presenta, una lluvia cerrada de flechas, volando curvilíneas, con un
silbido opaco, que canta; y quiero que me beses, los ojos bien abiertos,
mirarte, al fondo de los ojos y verme, cayendo dentro tuyo en la tarde, con
flechas y animales y música y arrullos que en el aire descansan
domingo, 19 de mayo de 2013
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