martes, 6 de mayo de 2008

ocurre, a veces ocurre, y lo peor es que sí, somos culpables

y una noche cualquiera los perros se escaparon de su jaula, sin ninguna clase de delicadezas atropellaron el agujero abierto en el alambre y aún a costa de las heridas en sus propios cuerpos, sumidos en la furia desenfrenada de la libertad y con el instinto como única guía, corrieron desesperadamente, desenfrena hacia la puerta ventana que da al jardín. juntos los cuatro perros, más enormes que nunca, hechos una masa informe de bocas hambrientas, ciegos de odio arremeten contra la puerta de vidrio que estalla ahora en miles de fragmentos que asemejan fuegos de artificio, las luces del patio y sus reflejos, la oscuridad nocturna, el rompimiento del silencio por las fauces azuladas y babosas. todo en un mismo lugar. todo a un mismo tiempo. pero las puertas est{an cerradas. deambulan su furia ahora los perros por los pasillos de parquet, suben y bajan las escaleras, apoyan sus patas delanteras sobre la mesada, prenden a pagan luces, asusta el sólo imaginarse la escena hasta que uno de los niños asustados por el ruido de su propio corazón abre la puerta en busca de su madre y sale al pasillo, no tarda cinco segundos, no tarda lo que tarda un paso de un niño de tres años en ser atrapado, una pata lo derriba y las enormes mandíbulas se clavan en sus costillas, lo revolean por el aire como si de un muñeco de trapo se tratase, lo agita uno de los perros y otro que se acerca le dentellea la cabeza el cuello la sangre salpica las paredes, la madre entreabre la puerta de su dormitorio, la masacre ya es completa

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