martes, 26 de agosto de 2008

inevitables mares

no toques la copa. los pájaros que la sostienen en su forma aérea podrían espantarse. no la toques. la arena de su fondo se derramaría sin remedio y el mar entraría en tu boca. no la toques. serías todo el mar irresistible en el susurro de los truenos más lejanos. no. no podría evitarlo

date por muerto

cuando lances una piedra camina hacia ella y vuelve a lanzarla una y otra vez, y entre cada lanzamiento abraza el aire y házlo sucumbir. el placer extremo está en ese abrazo. el poder está en el lanzamiento. si adquieres los dos date por muerto. lo inalcanzable estará en la palma de tu mano. a un guijarro en el aire siempre le saldrán alas.

alteraciones inútiles

fricción de la máscara con la máscara. fricción del grito con el grito. fricción del fuego con el fuego. las fricciones más leves y las derrumbadoras son capaces de hacer la noche cuando se encuentran con su opuesto. no importa el tamaño del impacto. ni su color. no importa el venenoso gas que dejan escapar en el momento de la fricción. y nada altera la palabra momento aunque se trate de una simple y calcárea baldosa de veinte por veinte en fricción con los animales de debajo de la tierra. nada altera el lugar, la odisea de estar ocupándolo o de abandonarlo cambiando el formato. el espacio no se dobla.

sobre las piedras y su espacio inmutable

hay un momento en que la piedra adquiere su color verdadero, el color que perdura, el inmutable, ese que a pesar de las lluvias y el viento y las pisadas ya no verá pasar el tiempo. el momento exacto la piedra no lo sabe, por ser piedra y porque es difuso. el lugar que ocupa no es el de la muerte. es otro sitio tan inmutable como ese silencio pero diverso. se trata de un lugar donde el perdón es imposible. se trata de una cuerda que no se tensa ni se afloja. donde todo permanece la piedra adquiere su color inmutable. llegar hasta ese espacio infinito significaría el abismo. pero aún no deseo el abismo. aún deseo la piedra blanda.