domingo, 19 de mayo de 2013

ahora quiero que cierres los ojos


ahora quiero que cierres los ojos, que el silencio del campo y la noche, vengan a tu piel y la recorran, y que te acuerdes de la manta roja; acuérdate de las frutas, había un tórrido sol lleno de polvo, y la mordida común en la pulpa, esponjas colgadas de su ramas, después de una lluvia placentera, que es una y nuestra esa resina dulce, debieras recordarlo; acuérdate del viaje, el trasiego, el ómnibus, la mirada, sumergida en los sueños, el animal del aire y el animal de la noche, buscándose a tientas en el agua tibia; y acuérdate del hotel en penumbras, de las paredes rojas, de las calles ambarinas, enfermizas, y la búsqueda afanosa en el miedo; acuérdate de la llave hurtada y de los pasos en la montaña, el aleteo y las patas que acechan, sigilosa boca abierta, los pasos que van de a uno y lentos, como caen los árboles; acuérdate, alguna vez los vimos; acuérdate del tajamar y el casco de la estancia, el ykuá en el bajo de la selva y acuérdate que hay una canción, y otra, y aún otra, que nos envuelve como en el centro del huracán que se eleva y desarma; pero ¿por qué no acordarse también del primer abrazo y del último?; ahora quiero que abras los ojos, que me veas profundo, en el fondo del iris, que veas cómo tu cuerpo se cae adentro mío, y que me beses así, de ojos abiertos, con campanas flotando en sus vidrios rompiendo, que comienza violento en el golpe, del badajo azotando, las paredes metálicas, sueltas, que ilumina la tarde y presenta, una lluvia cerrada de flechas, volando curvilíneas, con un silbido opaco, que canta; y quiero que me beses, los ojos bien abiertos, mirarte, al fondo de los ojos y verme, cayendo dentro tuyo en la tarde, con flechas y animales y música y arrullos que en el aire descansan

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