domingo, 17 de febrero de 2008

los pies sobre la tierra floja: la historia, las opiniones y una breve muestra



debo ser sincero, no recuerdo exactamente cómo comenzó la escritura de este pequeño libro, de alguna manera está atado a su antecesor, la espuma o el recurso de lo efímero porque en la parte central hay una serie de textos escritos en prosa que tienen una imagen base y una especie de "explicación" de la imagen, lo cual los vuelve "parientes" de los textos en prosa que aparecen en la sección los fantasmas de la espuma, segunda parte del libro ya citado. pero no logro recordar, no tengo certezas de cómo se inició ni cómo se cerró este libro que fue presentado en asunción, en mi natal concepción del uruguay y en concordia. les mentiría si les cuento una historia. pero es evidente que es el más autobiográfico de todos mis libros. sobre todo en la segunda y tercera parte.


LOS COMENTARIOS


UN RECORRIDO QUE RESCATA
ESE OTRO MUNDO QUE ES LA INFANCIA

por Andrea Marcó

Los pies sobre la tierra floja nos propone un reencuentro.
Este libro puede ser leído tal como nos plantea su autor, como un álbum lleno de imágenes de un “otro mundo”, perdido en los laberintos donde la memoria y los recuerdos se desdibujan.
Por eso creo encontrar un tono entre nostálgico y emotivo en este reencuentro. Esos recuerdos se van reencontrando y redibujando en potentes imágenes que, como el hilo de Ariadna, nos guían en este laberinto donde las emociones despiertan a ese otro mundo, el lugar del pasado, de la infancia.
Podemos leer entonces el recorrido del camino desde y hacia las raíces, de la identidad, en una serie de estampas, impresiones, llenas de colores, olores, sabores…
En el Pre-texto el mismo autor hace una síntesis del origen de este libro, y hace referencia a tres aspectos que son una clave para su lectura: la sensorialidad de las emociones, los hechos minúsculos, y la palabra que los hace presentes, que los rescata y con la que los comparte.

Cada una de las tres partes de este libro mantiene este hilo conductor.

Cada una de las partes del libro puede ser leída como una etapa en este reencuentro con el pasado y con la identidad.

Los textos brevísimos de la primera parte retoman el título del libro, la tierra floja, metáfora sobre la ausencia de huellas, y el amor como motivación para el inicio de este camino. El amor aparece como una experiencia de luz, de aire, de fuego, de agua, inasible y sin embargo pleno. En algún momento es una experiencia cercana a la muerte, si pudiéramos recordarla. Hay en estos poemas un estado de quietud plena, un primer acercamiento a ese otro mundo, donde las huellas que no están son el primer motivo de la búsqueda, y son, justamente por eso, imborrables.

La segunda parte, la parte central de este libro, compuesta por veinticuatro textos, que son veinticuatro imágenes que van recobrando a partir de las emociones y los sentidos, a partir de lo diminuto, de las pequeñas cosas y hechos cotidianos, van recobrando, decía, los recuerdos de una infancia guardada en la memoria, y rescatan de ese otro mundo una identidad propia.

Aquí el tiempo aparece detenido, se desdibuja, se diluye, deja de existir. Los lugares que se recorren son los que han dejado su huella, el campo, el río, la escuela, el puerto. Y aunque no los nombra, nosotros, sus lectores de aquí, encontramos fácilmente la referencia de cada lugar, y reconocemos las propias experiencias en las experiencias retratadas. Porque ese otro mundo y ese otro tiempo se transforma en un espacio-tiempo mítico en el que podemos sentir que ese recuerdo es compartido.

La palabra se hace insuficiente, plantea el desafío de expresar, y por eso, deliberadamente, aparece forzada, vulnerada, exigida para darle forma y cuerpo a aquella emoción recobrada.

En la tercera parte, Un minuto con padre, con textos más extensos, más densos, el trabajo sigue siendo con los recuerdos. Son textos que plantean a partir del sueño, la magia onírica del reencuentro. Aquí los límites se desvanecen, aprisionan y liberan, luchan, se enfrentan y se recobran. El tiempo se anula. El carácter onírico del texto le permite plantear un juego que muestra y a la vez oculta, que despierta la inquietud, el no estarse quieto, y a la vez la inmovilidad.

De modo que el recorrido efectuado, desde la quietud elemental del principio, a esta otra quietud, más cargada de densidades y texturas, es un camino desde un estado contemplativo, donde la imagen despierta el recuerdo, la emoción y los sentidos, a un estado de movimiento interior, donde es la propia emoción, en estado puro, la que invoca el recuerdo, busca la imagen y la conjura.

Terminamos de leer Los pies sobre la tierra floja, y nos encontramos que nosotros hemos recorrido ese mismo camino, que hemos recobrado imágenes del pasado, que ya dejaron de ser las de Jorge Montesino, del puerto del Concepción del Uruguay, de la Escuela 4, de la casa de sus abuelos, para transfigurarse y tomar la forma y el cuerpo de nuestra propia infancia, y este proceso nos identifica y a la vez nos diferencia, nacido de la palabra, de la imagen del “suabe buelo”, es tal vez el acercamiento más auténtico al que podemos aspirar cuando leemos poesía.


Concepción del Uruguay, diciembre de 2001
Este texto fue leído por su autora en la presentación del libro “Los pies sobre la tierra floja” realizada el 13 de diciembre de 2001 en la sede de la U.N.E.R. (Universidad Nacional de Entre Ríos)de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, Argentina.


UNA AVENTURA DE LA IMAGEN

por Douglas Diegues

Muchos podrán estar en desacuerdo, y es bueno que estén en desacuerdo, porque eso producirá un enriquecedor choque de ideas, producirá que nuevas ideas nazcan, que no se momifiquen. Algunos podrán hasta retirarse deslizándose discretamente entre las mesas del Café (aunque sería bueno que se quedasen), pero no podrán negar que Jorge Montesino es hoy uno de los poetas más inventivos y fecundos en actividad en el Paraguay. Así como fue, en su momento, el brasiguayo Livio Abramo, uno de los artistas plásticos más estimulantes e importantes del Paraguay durante varias décadas. Entonces nadie parecía creer tanto en el arte como Livio Abramo. Livio decía, hacía, organizaba, enseñaba, escribía los catálogos de las muestras, estimulaba, enriquecía, iluminaba el país con su energía, participaba y compartía el rocío de sus descubrimientos con los más jóvenes. No mezquinaba el rocío.
Hoy, nadie parece creer tanto en la poesía como Jorge Montesino. En doce años de Asunción, entregó al país cuatro libros de rara calidad poética, tiene algunos curiosos inéditos en la gaveta y es el idealizador/organizador del espléndido Encuentro Internacional “Poetas en la Bahía en Asunción. El mismo que el año pasado consiguió reunir más de ochenta poetas que celebraron el fuego de la palabra en el ombligo del país.
Montesino es más que un hombre de letras común, conforme con su tiempo, acomodado en su gabinete. Él duerme y se levanta con la poesía. Nunca vi un poeta que viviese tanto para la poesía. Desayuna poesía. Atraviesa la mañana con la poesía. Se alimenta de la poesía que hay en la crema. Almuerza poesía. Cena poesía. Corre todos los riesgos para vivir la poesía de su tiempo.
Una de las cosas que también admiro en Montesino es que para él la poesía no es un oficio, una profesión, es más que eso. Es algo más sagrado que una profesión. Algo como el aire. Algo vital. Algo necesario para la salud del cuerpo y del espíritu. Algo orgánico, vivo, como bosta de elefante. En el ámbito del Paraguay contemporáneo, Jorge Montesino, juntamente con Sonia Tiranti, Cristino Bogado y Montserrat Álvarez entre otros, pertenece a un fenómeno raro de una cierta novísima literatura paraguaya que, con un fuego nuevo, chamanístico, erótico, experimental, indignado, lúcido, tierno y feroz, viene incendiando la placidez del paisaje, la comodidad neocolonizada y el conformismo literario de un país que, según declaró Augusto Roa Bastos a un periodista mexicano recientemente no existe más… En realidad no estoy seguro de que el Brasil todavía exista, ni siquiera de que el mundo aún siga existiendo… Pero creo firmemente que la poesía de Jorge Montesino sí existe, y que el nacimiento de esa poesía se dio en el Paraguay, o mejor, en la capital del Paraguay, en el centro neuroparanoico mismo del país.
En Asunción, Montesino recibió incluso dos importantes premios por su primer libro Rojo de Vapor y otros poemas, una perturbadora maquina rara de “canjear ruidos por incertidumbres”. El libro fue presentado por el crítico literario Jorge Aiguadé y Miguel Ángel Fernández, dos de los pocos en constatar la salud de Rojo de Vapor y su importancia para la literatura paraguaya de “ninguna parte”, que ciertamente nunca será la literatura oficial del país, que existe y no existe al mismo tiempo…
Después Montesino edita una de las mejores revistas de poesía hechas en Paraguay. Me refiero a la experiencia de los trece números de El Augur, una revista que me llamó la atención tanto por su calidad gráfica como por la calidad de los textos que Montesino publicaba. En esa revista podíamos leer textos de Jorge Canese, Olga Zamboni, Miguel Chase-Sardi, Edgardo Cordeu, Lilian Sosa, Félix Álvarez, Arturo Fleitas, Mara Vacchetta Boggino, Olga Orozco, Susana Villalba, Jesús Ruiz Nestosa, Marcelo Leites, Néstor Perlongher, Rafael Courtoisie, Wilson Bueno, Hernán Jaeggi, Beatriz Escalante, Sonia Tiranti, Douglas K. Currier y muchos autores interesantes entre los que recuerdo especialmente un bello ensayo de Luis Felipe Noé sobre James Joyce. Recuerdo que al descubrir El Augur quedé feliz con la sorpresa de una banda de jóvenes escritores que hacían una literatura con esperma, o sea de muy buena calidad, sobre todo porque de este lado de la frontera prácticamente nadie los conocía. Un día fui convidado a visitar Asunción y telefoneé a Jorge Montesino. Marcamos un encuentro. Montesino me atendió muy amablemente pues es una persona muy simpática. En esa época se estaba recuperando de un accidente automovilístico. Después comimos juntos y él me obsequió Rojo de Vapor y quedamos amigos.
Años después, en otra visita que hice al poeta Jorge Montesino, me presentó Malúrinvé, su segundo libro, y más tarde, en otra oportunidad, La Espuma o el Recurso de lo Efímero. Debo decir que en todos los viajes que hice, las veces que me encontraba con él, regresaba más rico a casa, porque lo que Montesino generosamente me obsequiaba no eran sólo libros. Tenían forma de libro. Pero no eran sólo libros. Eran el fuego mismo de la poesía, el fuego de la palabra, era eso lo que Montesino me transmitía y es eso lo que ahora siento que me entrega con Los Pies sobre la Tierra Floja. Un fuego verbal generoso, un nuevo libro de poemas, una “aventura de la imagen”. Cómo él dice, “no-álbum de figuritas”. Una aventura de la imagen, una aventura del ojo, porque no existe ojo sin imagen ni imagen sin ojo. Una aventura de la memoria del ojo, porque el ojo no sólo sueña lo que está viviendo, el ojo es memoria y ojo y memoria son inconcebibles el uno sin la otra, así como son inconcebibles la noche sin el día o el agua sin la tierra.
Con su ojo chamánico Montesino pasea entre las cosas insignificantes, diminutas, y escribe un libro que parece haber sido escrito con el ojo, un ojo lúcido, que no vendió su alma ni sus utopías. Un ojo que escribe con imágenes, un ojo que piensa, que respira, que delira, “aquí están los hechos minúsculos, aquello de la vida a lo que, generalmente, no le prestamos mayor atención”, nos dice el ojo, y resuelve su poema, porque un poeta, como dice Ungaretti, resuelve su problema proponiéndonos una poética.
Y es esto lo que nos propone Jorge Montesino con esos textos “dedicados a lo diminuto”. Una poética suya de lo diminuto, de lo precario, de lo inacabado, de los pies sobre la tierra floja. Una poesía de la precariedad de la condición humana, de la precariedad de las máscaras, porque “apoyar así los pies sobre la tierra floja / (de un animal informe el lomo) / es un hecho mínimo / en la historia del hombre / un hecho más o menos de esta altura”.
Somos los humanos absolutamente insignificantes, pero algunas veces nos olvidamos de eso. Olvidamos nuestro origen de tierra, de barro, de agua, de arena. Nuestro origen de polvo y sueño. Olvidamos que fuimos cosas más insignificantes todavía. Olvidamos nuestro parentesco con las ranas, con los insectos que las ranas comen, con las liendres, porque todo es precario en este mundo de cosas insignificantes, porque todo es insignificante en este mundo circular en el que nacemos, envejecemos, enfermamos y al fin morimos. Porque casi siempre olvidamos nuestro origen de tierra floja y de aire. Eso nos enseña la sabiduría del fuego de Los Pies sobre la Tierra Floja, un libro que en realidad son tres en uno, cada uno de ellos perfectamente identificados en las tres partes unidas pero separadas: el primero, Los pies sobre la tierra floja; el segundo, Mucho más suabe, mucho más buelo; y el tercero, Un minuto con padre.
No he hablado aún sobre las formas que Montesino inventa para plasmar su poema en la página, ni del modo como el poeta valoriza el papel que usa para escribir… Eso tiene que ver con su espléndida energía que no alcanza a acomodarse en formas neocolonizadas, definidas, consagradas. Está buscando siempre lo indefinido de la forma, fenómeno que podemos apreciar con claridad en la segunda parte: Mucho más suabe, mucho más buelo. Esa búsqueda de formas imprevistas, desconocidas tal como experimenta en la segunda parte es harto saludable para la poesía contemporánea del Paraguay y del mundo entero. Las formas que Montesino testea (porque él está siempre experimentando y descubriendo nuevas formas), revelan un inconformismo esencial, una manera de dar lo mejor de sí a la poesía.
Juan L. Ortiz, uno de los mayores poetas de la Argentina contemporánea, decía que a la poesía no se le puede pedir nada, sólo se le puede dar, y dar, siempre, lo mejor de sí mismo. Eso es lo que Montesino viene haciendo desde hace doce años en Paraguay, en una entrega permanente de lo mejor de sí mismo a la poesía, no solamente los fines de semana o los feriados, sino todos los días, todas las horas, todos los minutos de su vida. En un país donde la mayoría de las personas está siempre preocupada con sus narices, sus problemas, con su bolso, la presencia de Montesino es más que necesaria.
Debo decir que Montesino, además de fenómeno raro en el ámbito de la literatura paraguaya de este comienzo de milenio, es uno de los maestros de su generación, por el estímulo constante a los más jóvenes, por el permanente rechazo a la neocolonización poética y por su fuego verbal indígena-argentino-paraguayo, que puede incendiar un paisaje.
No hablé de muchas otras cosas, y no voy a hablar porque no quiero traicionar la poesía de Jorge Montesino con explicaciones y análisis literarios, porque explicar un poema, algunas veces es como traicionarlo. Si los poemas tuvieran que explicarse, tal vez no se necesitaría escribirlos. No se puede explicar un poema, apenas se puede leerlo. Todas las explicaciones son nada más que formas de lectura y yo prefiero dejar que la “tierra floja” de la que están hechos los poemas de este libro y el fuego de la palabra de Jorge Montesino ilumine un poco nuestra precaria condición humana.

Campo Grande, agosto de 2001
Este texto fue leído por su autor el 5 de septiembre de 2001 en la presentación del libro Los Pies sobre la Tierra Floja, en el Café Literario de Asunción y luego publicado en el Suplemento Cultural del diario ABC Color, el domingo 25 de noviembre de 2001



LA MUESTRA


EL MANTO DEL FUEGO

Se forma un lago inmenso.
No sabría decir si la piel o el agua
o el temblor o el miedo,
pero estarse quietos
es mucho más que amar,
y la noche
y la lluvia
se abrazan y se sueltan cada tanto.

Y ese manto gris
que arropa las brasas,
blandura del fuego,
es como el quieto abrazo que deseas
cuando el fuego llama
sus llamas a silencio,
y la noche
y la lluvia
se abrazan y se sueltan cada tanto.


LOS PIES SOBRE LA TIERRA FLOJA

Apoyar así los pies
sobre la tierra floja
(de un animal informe el lomo)
es un hecho mínimo
en la historia de un hombre
un hecho más o menos
de esta altura.

Los dioses
caminan sobre las aguas

inventan

la historia del hombre

y no dejan huellas


sobre la tierra floja.



SÉ QUE DEBERÍA ESTAR MUERTO

Los puños y los pies hundidos en la tierna
madera de los muebles

perros hambrientos tras el vellocino de oro
y entre las manos

sobre el perfecto amor

las olas de tus ojos
dicen que estuve muerto
y que tu amor de mar me vuelve.


LA VIDA EN MÍ ES UN SOPLO

no hay tanta vida en mí como imaginas,
lanza los más pálidos
gritos del aire
la vida en mí es apenas un soplo
(lo sabes)
y acaba de perderse
en el aire

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